No pasa
desapercibido a nadie lo endeble que es hoy en día la psique humana; cómo con
un comentario, o cúmulo de estos, una persona o grupo de personas experimentan
reacciones adversas que los llevan a límites insospechados de depresión,
incluso muchos de ellos a quitarse la vida.
Y no, no
estoy tratando de hacer apología del acoso o bullying, famoso anglicismo que forma ya parte del vocabulario de
la inmensa mayoría de la gente y que todo se bautiza ya con ese término, sino
hacer notar lo “delgada” que es la piel de muchos hoy en día que por una
situación o comentario se forma el “sal pa’ fuera”, como dirían en cuba.
Como dice
el lema de los sombreros Tardan “Desde sonora Hasta Yucatán”, es decir, por
todos lados se puede notar este fenómeno: desde el arte, donde ya a cualquiera
se le denomina artista y no soporta una crítica sin que se haga un escándalo; pasando
por el cine, donde una famosa actriz de la pantalla grande toma la decisión
{estúpida a mi parecer} de renunciar a un papel por y, además, pedir disculpas
ante la presión de un grupo social donde se le critica que ella no puede
interpretar dicho papel ya que ella no tiene la condición ni pertenece a ese
colectivo (digo, no es que un actor no DEBA saber interpretar cualquier papel,
que sería lo mismo que decir que Morgan Freeman no puede interpretar a Dios por
ser humano, hasta chiquillos que se suicidan o cometen masacres en las escuelas
por el bullying que reciben.
Reitero que
mi intención no es minimizar lo que muchas personas viven en su día a día, si
lo sabré yo que por cinco años sistemáticamente fui víctima del bullying y en
los últimos años de estos sufrí cosas que pocos han pasado, pero la mentalidad
de cuando yo era más joven era diferente, se nos enseñaba a ser resilientes, a
saber defendernos y a saber que, en palabras de un personaje de caricaturas: “cruel
es quien se odia a sí mismo…”
Hoy no, hoy
más que nunca la gente quiere demostrar cuán capaz es de expresarse y habla
cada vez más fuerte, incluso muestran un temperamento prima facie inquebrantable pero cuando se les toca esa sensible fibra
son como Aquiles con su talón o Sigfrido en su espalda, mortalmente
vulnerables.
Otro factor
que, a consideración de quien escribe siempre estas líneas, adelgaza cada vez
más la cerámica piel de la sociedad, es la presencia de la censura… perdón, de
lo “Políticamente correcto” {que, quien me conoce, sabe que no lo soy en lo más
mínimo}.
Hoy en día
ya no se puede regañar a un alumno en las escuelas, ni mucho menos suspenderlo
o expulsarlo porque se toma como discriminación, amén del cúmulo de traumas que
se le generan a la pobre criatura (mis lectores que se dedican a la docencia saben
a lo que me refiero); el no respetar “casillas” como persona no binaria, no
heteronormada o no utilizar los pronombres adecuados para referirse a una
persona no cisgenero [Mon Dieu, si se
supone que el aceptar la diversidad sexual es para dejar de encasillarnos] a su
vez se considera discriminación hacia una minoría y arma tremendo escándalo {en
Canadá hay muchos ejemplos de eso}, el que un hombre toque a una mujer que se
está ahogando sin su consentimiento se considera acoso sexual o celebrar el día
internacional del hombre es lo mismo que celebrar el día del terrorismo {no
bromeo, sucede en España}.
La pregunta
del millón: ¿a dónde nos lleva todo esto? ¿A una mejor sociedad donde todos nos
respetemos ni nos agredamos?
No, nos
está llevando a una sociedad conformada por individuos con piel de papel y
huesos de cristal que a la más mínima de las agresiones se despedazan. Tampoco
digo que debamos vivir en una jungla donde prevalezca la ley del más fuerte y
todos nos comamos entre todos, pero realidad es que la gente se está tomando
muy a pecho eso de “vivir en espacios seguros”
Para finalizar,
unas palabras de la gran crítica de arte Avelina Lésper:
“En una sociedad adicta a la satisfacción […] es muchísimo más fácil decirle a la gente “No te traumes […]” ¡No! Pues que se traumen…”
(Lésper, 2017)
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